Pretor en tiempo de Calígula y
militar brillante en Britania durante el reinado de Claudio, su
humilde origen hizo que no fuese objeto de represalias por parte de Nerón,
quien no veía en él amenaza alguna.
A la muerte de Nerón en el 68,
Vespasiano se encontraba en Palestina, reprimiendo una revuelta de los judíos,
y fue proclamado emperador por el ejército de Oriente. Dejó entonces parte de
su ejército en Judea para que continuara el asedio de Jerusalén, al mando de su
hijo Tito, mientras él se apoderaba rápidamente de Egipto, base de
abastecimiento de cereales de Roma, con lo cual puso al emperador Vitelio en
una situación muy delicada.
Tras la derrota y
muerte de Vitelio durante el asalto de Roma por parte de las legiones del Danubio,
que se habían puesto del lado de Vespasiano, éste logró ceñirse la corona
imperial sin oposición. Como emperador, trató de sanear el gobierno y las
finanzas públicas (llegó a gravar con impuestos los urinarios públicos), al
tiempo que intentaba aparecer como el restaurador de las antiguas tradiciones.
Con el ascenso de
Vespasiano y de la dinastía Flavia, se produjo una transformación en la
sociedad romana que significó un aumento de la influencia de los itálicos, pues
el propio emperador era de origen sabino y de clase ecuestre. Concedió el
derecho de ciudadanía a muchas ciudades (Hispania recibió el ius Latii,
«derecho latino»), como una manera de mejorar la percepción de tributos y
consolidar internamente el imperio. Asociado con su hijo Tito, que recibió el poder tribunicio y el mando proconsular,
intentó establecer en el Imperio Romano el principio de monarquía hereditaria.
Durante su gobierno se
reprimió una gran sublevación de los bátavos y los lingones, y se prosiguió la
conquista de Britania por Cneo Julio Agrícola. Reparó las ruinas de Roma,
construyó el templo del Capitolio e inició la construcción del Coliseo de Roma.
De acuerdo con sus deseos, le sucedió su hijo Tito.
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