Tras la muerte de César (44), entabló la lucha
contra el que había sido su lugarteniente, Marco Antonio; para ello
contó con el apoyo de Cicerón y de los republicanos del Senado, que
esperaban dividir a los cesaristas enfrentándoles entre sí; también
contó con el apoyo de los grandes financieros (como Mecenas), lo que le
permitió costearse un ejército propio. Tras derrotar a Marco Antonio en la batalla de Módena, exigió del Senado
el nombramiento de cónsul; rechazado por su juventud (tenía sólo 20
años), marchó sobre Roma y tomó el poder sin combatir, ya que las
legiones enviadas contra él prefirieron apoyarle. Octavio transformó el régimen político de la República romana en una especie de monarquía que recibe los nombres de Principado o Imperio.
Entre
las debilidades de su poder destaca el no tener sucesor (no tuvo hijos
varones de sus tres matrimonios); acabó por adoptar a su yerno Tiberio,
al cual asoció en el poder desde el 13 d. C., y que le sucedería sin
dificultad después de su muerte.
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